Dos programas de televisión
El horror de lo inenarrable rara vez tiene que ver con las historias de ultratumba; los verdaderos monstruos se encuentran dentro del género humano: uno de los fenómenos más extraños dentro del fanatismo es la facilidad con la que personas aparentemente normales se transmutan en bestias. Estos aparentemente buenos ciudadanos son adoctrinados con una facilidad, que más que una conversión, parece un desenmascaramiento; sin embargo, yo creo en la hipótesis de una conversión por el inmenso número de personas que reaccionan de la misma manera, como si de lo más adentro de sus instintos aflorara una monstruosidad.
Se encuentran bien documentadas las atrocidades cometidas por una serie de funcionarios del Estado, tan pronto un superior les ordenó decapitar a sus más cercanos parientes, para conservar el orden dentro del Ministerio; si bien en un principio ninguno de ellos podía sostener un cuchillo apropiadamente, al cabo de una semana de instrucciones básicas, cada uno de los secretarios llegó con una maleta donde llevaba la cabeza de su víctima, y la colocó sobre el mostrador a modo de decoración.
Empero, el horror no acabó allí. Desde lo más alto de las esferas del poder, corrió el deseo de reducir la nómina que apretaba al Estado, y es así como toda unidad gubernamental debía depurar su número; se implantó una meritocracia y se les dio la oportunidad de renunciar. Paradójicamente pocos hombres renunciaron, pues cada uno estaba seguro de ser uno de los vencedores, el secreto portador de métodos de lucha y entrenamiento tan letales que sería una pena abandonar la competencia y perder la posibilidad de salir en la televisión.Cada uno tuvo una semana para entrenarse a solas y luego dos más donde la institución corría con un entrenamiento grupal; durante el periodo grupal dos hombres murieron asesinados por otros dos, quienes, viéndose inferiores a los primeros, les pidieron revisar un desperfecto en la máquina de café; cuando el hombre se agachó a verificar, uno de los más enclenques, les disparó con un revólver.
La entidad se fue a pique y el canal canceló el contrato para el programa que no mostraba mucho rating, pues nadie quería ver mancillado el deporte de matar al prójimo por un grupo de funcionarios desadaptados y fuera de forma, que se la pasaban veinte minutos llorando y recuperándose del choque emocional; el canal competidor barrió con un programa más elemental, más básico, más natural: fue a una cárcel sobrepoblada, la plagó de cámaras y abrió las puertas. Pura muerte: disparos, cuchilladas, ahorcados; incluso le prendieron fuego a un preso. Luego editaron y esperaron a que los primeros quince salieran, para declarar un ganador.