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Silvio

Silvio era recordado por haber ganado un concurso de ortografía y gramática en el colegio, con apenas once años y empezando el bachillerato, logró derrotar a todos sus oponentes. El director había alabado las dotes del niño y su dedicación, que no podían sino ser avisos de un brillante futuro.

Sin embargo, Silvio no logró nada más en cuarenta años, su vida después de aquel evento no fue mala, pero la gloria y los aplausos no se volvieron a oír, nada pasaba; unas notas muy estándares, en la universidad un promedio normal, y en el trabajo llevaba unos procesos legales de menor cuantía, solo se destacaba por su honestidad. La vida lo había tratado bien, sin embargo uno que otro día, sobre todo los miércoles, recordaba su único momento de gloria.

Silvio tomó una decisión: realizó varios cursos y se convirtió en docente; uno especializado en primero de bachillerato; gracias a sus amigos logró el puesto en el colegio del que había sido alumno y en su primera clase comenzó a hablar del buen uso de la gramática, tomó la tiza y escribió:

El príncipe árabe era tan poderoso y tan rico que nunca pensó morir.

Todas las frases del maestro, llevaban muerte: como sujeto, como objeto, como verbo infinitivo o como verbo transitivo. Todos los días ponía a conjugar a la parca, hasta que los padres de familia se quejaron ante el director; éste le mandó llamar para reprenderle. El director leyó algunas frases: “el príncipe árabe finalmente murió”. Frase que el director había inventado para darle a entender a Silvio que lo expulsaban de su trabajo por la manía de escribir reiteradamente las palabras príncipe y muerte.

Algo se produjo en la cabeza del docente, quien comenzó a gritar: ¡no lo llame, no lo mencione, no lo despierte! este mundo no existe, usted es un sueño de un príncipe árabe que habita en un palacio rodeado de odaliscas y producto de su enfermedad: un desgano, una falta de interés por la existencia realiza largas horas de conversaciones sobre la realidad de la vida. ¿Cuán real es alguien que lo tiene todo? Las odaliscas por salvar la cabeza siempre le dan la razón al príncipe.

El joven príncipe continuaba meditando sobre la vida y como todos los días miércoles, sacó una hoja maltrecha y leyó lo que había escrito: Silvio era recordado por haber ganado… Todo le parecía irreal, pero no era una historia digna de ser contada, no era nada; una vez más el soberano se veía enfrascado en una discusión con sus odaliscas: -¿pero cómo puedo ser todo poderoso, si no soy capaz de crear una historia de un hombre simple?

Una de las odaliscas particularmente arriesgada tomó el derecho de hablar y caminando sobre la raya de continuar con cabeza o sin, le replicó al príncipe : El placer es símbolo de estar vivo, ¿acaso señor, ese pobre hombre, maestro en el arte del parloteo, ha salido a la vida, acaso él es real, acaso no está escrito en un papel, señor, un papel de tu puño y letra? Un papel carece de potencia, porque ya ha sido usado, el hombre real eres tú mi amo y señor, no un pobre papel que sólo puede vivir cuando muere y dura guardado por décadas en un cajón; un pobre esbozo de novela que sólo llegó al primer capítulo y una frase del segundo. Señor como podrías tu escribir una novela, la más falsa de las obras de occidente, recreación de la vida; si tú mi señor eres encarnación de la verdad y el poder, que son dos manifestaciones de la vida; tú mi señor sólo podrías juntar miles, decenas de miles de palabras una tras otra con un sentido, pero esas nunca se conformarían en una novela: mal arte de occidente, herramienta de la muerte; por más que intentes el poder de la vida brotará en ella, ¿acaso el pobre hombre no podría más que conjugarte a ti, tú que eres su razón, así como la nuestra?

El príncipe replicó un poco, trato de escribir, pero no pudo, Silvio seguía siendo una farsa. Se detuvo, miró un poco su papel y lo arrugó, pretendió romperlo, pero no pudo.

-¡Quizá el próximo miércoles, pueda romperlo!

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