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Tormenta

Mientras navegaba con rumbo prometedor y miraba a su sirvienta la eñe, la lengua española: señora delgada y recta de noble cuna con excelsos títulos en su vida, además de refinados modales y gustos exquisitos trataba de no escuchar los constantes “clácleos” de una multitud de lenguas africanas, que aún no habían salido de una etapa mimética; sus cuerpos se rozaban y estrujaban unos contra otros…

Lo que comenzó como un ligero paseo al salir del muelle, se fue tornando en un embravecido oleaje, que ponían al bote con la proa a cuarenta grados y luego los dejaba caer de sopetón; cuarenta y cinco grados; el barco pilotado por el alemán perdía poco a poco equilibrio, para sólo recuperarlo en el último instante y salvar la maniobrabilidad por dos segundos más.

La pobre lengua española salía despedida de la silla, cada vez que el mar lanzaba una ola, luego caía encima de una lengua africana, la que se alzaba y estiraba los brazos, levantando el labio superior para mostrar los dientes y luego gruñir a intervalos.

La pobre buena señora se despojaba de una de sus alhajas a cada ola, se le robaban un adjetivo, iba siendo desprendida de hermoso, suntuoso, elegante… Un gigante africano tomaba su paga por no zamparle un golpetón y romperle la mandíbula a la buena señora.

Pero como la tormenta se fue prolongando y el mar embraveciendo, y ninguna lengua se mostró interesada en intercambiar nada por los adjetivos, el pobre dialecto se fue llenando de bisutería barata y como ya no tenía donde meterlos, el gigantesco negro se levantó, le dio un tremendo bofetón a la señora con una mano, y con otra le arrancó el palito de la cabeza a su sirvienta, la que cayó sangrando y murió.

Al recuperar el sentido, la señora vio como el gigantón se había hecho un collar con sus adjetivos y la cabeza de su sirvienta, que sólo servía como lazo para colgar un poco de palabras que alguna vez significaron algo, pero que no importarían mayor cosa, y ni siquiera podrían haber sido vendidas como baratija sobre un tapete, si el barco no hubiera naufragado y tanto la lengua española, el dialecto africano, el piloto alemán y la sirvienta la eñe, no hubieran perecido, y todas sus cosas no fueran de especial interés para la arqueología.

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