El fabulista
- Luis Gabriel Vargas
- 23 oct 2017
- 7 Min. de lectura
Europio o Európido es junto con Esopo, el mayor fabulista de la historia, quizás no sea el más conocido, o ni siquiera sea conocido, pero sin duda su obra está a la par de su contemporáneo Esopo, y es junto con éste, la fuente de todos los elementos mítico-pedagógicos del mundo occidental y de buena parte del oriental, tal como lo describió el profesor Jean du Verdais (antes de su caída), en el insigne libro: Verdad y Meta-verdad en la obra de Europio. Tal es que su importancia que llega hasta influir en la leyenda budista japonesa del sacrificio del conejo, como descubriría el profesor Zhirinosky, discípulo y escrutador de la obra de Du Verdais, y a quién le debemos agradecer el haber salvado del oprobio el título anteriormente citado.
De acuerdo con Du Verdais, Europio nació en Atenas alrededor del año 450 antes de Cristo; lo que daría validez a la parte de su biografía que habla de él como veterano de Las Guerras del Peloponeso, y es muy probable que sí sea el autor del Manual para el manejo del hoplón en combate individual, (perdido desde la Edad Media); finalmente se desconoce el lugar de su muerte, aunque se sugiere que fue Amorio en la actual Turquía, lugar que siempre deseó como su lugar de descanso.
Quizá su escasa fama se deba a que el mundo cristiano se ha sentido un poco incómodo con las lecciones que se pueden sustraer de las fábulas del autor griego; pese a ello no se han realizado mayores intentos por extirparlas del lenguaje o del ámbito cultural, ya que no se conservan más que una serie de títulos que varían desde quince (los canónicos, que en verdad serían cuarenta y siete, si contamos las deformaciones de los principales y las mezclas de los mayores con los menores); hasta mil uno; infortunadamente esta lista carece de credibilidad al provenir principalmente del profesor Du Verdais y, quizá no sea otra cosa que parte de la estratagema que éste ideó para hacerse con la autoría de los cuentos perdidos, los que sumados a un par de su creación, pudieron crear una obra que a todas luces desmerecía en manos de Europio, pero brillaba en las de Du Verdais, y que es como el discípulo de éste último ha denominado, la creación literaria peor plagiada de la historia.
El encanto de las fábulas no se encuentra dentro del marco de la educación aleccionadora, que busca conformar buenos ciudadanos, sino que sus obras parten desde un corpus de lecciones que nos muestran lo solitario del hombre excelso, y lo bajo y mentiroso de los grupos humanos; es decir un Nietzsche explicado con perros, gatos, ratones, leones y toda clase de variopintos animales que de una u otra manera ocupan diversas facetas del comportamiento humano. Y no como el plagiador profesor Du Verdais creía, (faceta de la obra que nunca pudo entender el supuesto mayor conocedor de la obra) y que vino a flaquear no sólo en este punto, sino en el más importante: la moraleja. Europio nunca escribía una moraleja (como se expone en la tesis doctoral de Zhirinosky). Todos han leído el aparte que comienza con la palabra moraleja, pero Europio escribía esta palabra para realizar cualquier cosa menos lo que decía que hacía, como en el cuento final y uno de los más controversiales de Europio:
Moraleja sin cuento: un buen día el emperador del reino de los persas decidió que todos sus súbditos, sin excepción, debían caminar con las manos y no con los pies, podrían ponerse de pie, pero nunca moverse con éstos, la razón no era más que el fin de la guerra, nunca volverían a ir a la guerra si la gente se encontraba esforzándose y cayéndose por andar en las manos; un buen día un rey vecino se enteró de la fórmula y decidió invadirlos, el rey persa libró a todos sus súbditos de la ley de las manos, pero ya era demasiado tarde y todos los soldados habían perdido la fuerza en los pies y no podían más que sostenerse unos segundos.
Un verdadero estudioso como Zhirinosky nos recuerda que un académico en el área de las humanidades de este siglo, no podría haber escrito, ni siquiera, La conspiración de los perros chiquitos, que es para este verdadero maestro el cuento de menor calidad literaria dentro del corpus central de Europio:
Un buen día y sin mayor motivo que el producto del resentimiento que todos los deformes y contrahechos sienten por los seres superiores por ser más grandes, fuerte e inteligentes y prueba de la existencia de los Dioses y del camino que éstos quieren que se siga; los perros chiquitos de una esquina cerca del Templo de Delfos, que eran tres, decidieron asesinar al perro guardián del templo, quien había sido escogido por su talla, disposición y obediencia. Los perros se reunieron y juraron matarle por éste o aquel motivo, pero que en verdad ocultaban todos, que la verdadera razón era la misma para todos, cada uno soñaba en secreto apoderarse de la ración que todos los días el hombre le daba al fiel animal.
Después de un par de días de observar los movimientos de Hades, los perros decidieron atacar de día, un poco después del almuerzo y matarle mientras tomara la siesta, sin embargo el plan se retrasó un poco porque los perros estaban soñando cada cual con mil formas atroces de asesinar a su objetivo, mil veces mataron a Hades antes de salir para la ejecución real. Cada perro corrió lo más rápido que pudo y se iban alentando uno al otro al tiempo que se rebasaban, finalmente doblaron la última esquina desde donde se podía ver el voluminoso cuerpo del perro Hades y en ese preciso momento el primero giró y se devolvió y al encontrarse con el segundo le dijo: amigo he decidido emboscarlo, siga usted y tenga el placer de clavar la primera herida, el segundo hizo lo mismo que el primero y al encontrarse con el tercero le dijo: amigo he decido ir por refuerzos para destajarlo en mayor número de pedazos, tenga el gusto de clavar la primera letal herida. El tercero puso sus patitas para frenar pero fue imposible no estrellarse contra la cola de Hades, el perro se levantó y le miro sin mayor interés, el tercer perro le dijo a su víctima: Perdón Hades, he venido tan rápido como estas pequeñas patitas pudieron traerme, para decirte que los perros chiquitos están conspirando contra ti.
El profesor Zhirinosky escribe en el mundialmente famoso artículo: Cuando se mueren nuestros dioses, que lo primero que le hizo sospechar de su maestro no fue el hecho de que aquel escribiera un libro, o mejor dicho un libro tan dispar, cosa extraña dentro de un hombre formado en la crítica y la investigación y no en la creación, (virtud de los dioses) sino el fútil intento por que el alumno diera el visto bueno por un brevísimo cuento que se encontraba en la segunda parte del libro, titulado Comida para monstruos.
La obra se dio a la imprenta y se distribuyó dentro del círculo de librerías universitarias y se alcanzó a firmar un contrato con la ciudad para usarlo como material obligatorio de lectura escolar. Todos los periódicos le dedicaron una breve reseña en su mayoría elogiosa, salvo una de regular calibre que se preguntaba por la calidad de la segunda parte: ¿Se le acabaron las ideas a Du Verdais? El autor, un periodista recién egresado de la facultad había recibido el libro por parte de uno de sus maestros, una relación que Zhirinosky identificó como similar a la suya con Du Verdais, relación que el novel periodista confiesa no duró mucho más, por presiones de su maestro para escribir la mejor reseña sobre el buen profesor Du Verdais; el joven periodista consideraba una muy buena primera mitad de un libro, seguida de la peor segunda mitad jamás conocida, en especial respecto a la “abominación” de Comida para monstruo, la cual él consideraba una burda copia de un texto japonés que se encontraba en la recopilación de cuentos infantiles budistas El Sacrificio del conejo. Y fue en este punto del artículo, que Zhirinosky supo lo que su maestro había hecho.
Después de años de estudio de mirar por un lado y por otro lado la obra de Europio, de viajar de una conferencia a otra, de buscar dentro de las bibliotecas y de leer en griego y latín además de francés y alemán, el profesor Du Verdais encontró el santo grial de la literatura, una copia de los cuentos perdidos de Európido, todo dentro de una ánfora, obra y gracia de un campesino de una remota villa griega que producto de un breve período de esplendor había logrado adquirir una educación como para haber copiado en griego jónico las obras perdidas del maravilloso fabulista; cada una de las narraciones tenía como tema una nueva posibilidad de crear una línea de pensamiento: los gatos y las ratas, no era otra cosa que una meditación sobre lo depravada que tendría que estar una sociedad para declarar una guerra total contra alguien. Sin embargo, el doctor pronto a jubilarse y seguro de no tener mucho de nada, excepto deudas, vio la posibilidad de hacer negocio, quizás si movía ésta o aquella palanca podría influir en éste o aquel para incrementar un poco su metálico; pero como Zhirinosky ha señalado en su artículo, y ha desarrollado en sus obras completas: “la lectura no sólo realiza un proceso de cambio, sino que de manera contraria a la intuición, nos paraliza ciertas partes de la mente y nunca nos las deja cambiar”.
Esto fue lo que sucedió con Du Verdais, quien después de enseñar tanto no pudo superar su propia faceta de animal chiquito y mezquino y decidió quedarse junto al perro grande para expulsar a todos los intrusos. Y es así como decidió escribir una serie de cuentos que no eran otra cosa que plagios de otro lado, y como buen ser ambiguo, que es el que habita en todo ladrón, Du Verdais no pudo serle fiel por completo a su héroe; por ello decidió intentar una segunda parte dentro de un libro que llevaba su nombre y cuya parte buena habías sido escrita por otro, hace muchos siglos.
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