El Golem
El barco había llegado a puerto a eso de medio día, el cielo había estado gris durante tres semanas, un mal presagio dijeron algunos, finalmente ese día se desató una tormenta como nunca antes habían visto los lugareños: los rayos caían cerca del barco cegando momentáneamente a quienes se encontraban en los alrededores, todos se apresuraron a resguardarse; sin embargo algunos lugareños volvieron a la embarcación tan pronto uno de los pasajeros, un anciano de espalda inclinada y barba larga gris les ofreció unos billetes a los estibadores. Ninguno de los hombres que ese día estuvieron presentes y vive, gusta mucho de hablar, pero dicen que el paquete que bajaron, una caja larga y ancha hecha de nobles maderas, un excelente trabajo de ebanistería, tiene algo misterioso, por no decir diabólico.
El anciano les pagó a cada uno, lo que ellos pensaban sería para los cinco; sin embargo ninguno de esos hombres volvió a acercársele, algo se producía en su cercanía que transformaba a los hombres en débiles homúnculos; esos negros gigantes alertaban a todos de mantenerse aparte del viejo pues ningún dinero recompensaba el volverse esclavo de un hechicero.
El dueño del hotel al que los negros llevaron la caja, no dio mayor crédito a las habladurías de los gigantones. En lo que a él concernía nada podría haber sido mejor: un cliente nuevo, la nube se va, llega el sol y los negros ni se asoman. Para el posadero lo único que le generaba una leve incomodidad era saber qué contenía la caja del anciano, pero seguramente el mismo viajero le contaría cuando le tuviera más confianza.
La noche fue tan buena que nadie se percató de ningún grito o ruido que se hubiera podido oír; contraria a las primeras palabras de la mañana: -¡mataron al Capitán! Toda la tropa salió marchando al unísono y se fueron replegando por aquí y por allá para retener a todos los habitantes del caserío; los dos últimos soldados, los de mayor graduación se dirigieron a mirar al cadáver: lo ahorcaron. De seguro fueron los coteros.
En menos de media hora encontraron, apresaron y llevaron a la guarnición a los negros; los torturaron y uno de ellos confesó haber asesinado al Capitán. Los tres pobres negros fueron puestos de rodillas y el resto del pueblo oyó una serie de disparos: nada extraño, nada para preguntar.
Las relaciones entra la población y los militares se fueron desmoronando: ante cualquier sospecha los militares reaccionaban con extremada violencia: igual a un niño que los miraba fijamente, que a un anciano que les quitaba la vista. Los militares por el momento sin comandante, tomaban a los civiles y los ultrajaban, los levantaban de las solapas y los tiraban por los aires. La población en un principio atemorizada se ocultaba y callaba, pero como cualquier conducta producía el mismo resultado, algunos lugareños empezaron a reaccionar de manera violenta: unos tomaron la decisión de secuestrar a uno de los cabos, quién tenía la costumbre de beber en la tienda, emborracharse y nunca pagar.
La población, en especial el viejo tendero, recibió al Cabo, lo emborracharon y cuando cayó ligeramente dormido, le escondieron el rifle y le vaciaron la pistola. Luego lo despertaron tirándole un baldado de agua y excremento:- ¡despierte Cabo Mierdas!
El militar se levantó, tomó la pistola y apretó el gatillo, al segundo se dio cuenta de la trampa y comenzó a vociferar: -¡espérense que los vamos a matar!
Uno de los involucrados se percató de la gravedad del asunto y mirando a los otros, les dijo:- el Cabo tiene razón, si lo dejamos ir, podemos salir de esta con una paliza.
Uno de los pobladores vio que hablaba con razón y estaba a punto de decirle que lo dejaran ir, cuando el Cabo borracho increpó a otro y éste, le golpeó con una de sus piernas en un golpe de karate: -ya ves, nosotros también sabemos cosas.
El militar perdió la razón producto de la ira y comenzó a aullar como un animal herido, el karateca tomó un palo y golpeándolo para que se calmara, lo mató.
Los otros hombres no sabiendo que hacer, tomaron el cuerpo y lo arrojaron en la plaza.
A la mañana siguiente la tropa recogió el cadáver y gritando, el Sargento amenazó al pueblo:- vamos a encontrar al asesino y lo vamos a colgar.
En el pueblo comenzó a correr la voz, de tratarse de un monstruo, un monstruo que había venido dentro del baúl del anciano de barba gris. Los militares corrieron hasta el hotel para hablar con él.
-Mire señor, este pueblo está a punto de desmoronarse, la gente está al borde de la insurrección y en ese estado el ejército no puede garantizarle su seguridad, el día de hoy mataron a uno de nuestros mejores soldados.
El anciano tomó el consejo, abrió su caja y metió una ropa vieja, pagó y se fue.
En el pueblo las muertes no se detuvieron de ninguno de los lados, pero todos culpaban al Golem que el judío había olvidado en el pueblo, por salir apresuradamente.