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Tauromaquia

Las fiestas del pueblo habían concluido con una corrida, no se había destacado en lo más mínimo, y nadie esperaba lo contrario, pues su cartel tampoco lo había prometido. Pero era el evento del año que me recordaba que otro ciclo solar se cumplía desde mi llegada.

Llevaba cinco o seis años, ya empezaba a olvidar la cantidad y, para recordarlo, tenía que contar cuidadosamente los carteles: el verde, aquel con dos diestros, la nueva revelación y los demás. Siete en total.

Al principio nos hablábamos todos los días, ella me seguía las ideas y respondía afirmativamente a la pronta realización de su viaje; luego se redujo a una vez por semana y, al cabo del tercer o cuarto cartel “La sorpresa de Zaragoza”, el tiempo se espació hasta un mes.

Pese a que todo me era nuevo, pese a sentirlo propio, no tenía nada que contarle; pese a que cada vez nos llamábamos menos, teníamos menos de que hablar. La última vez que le oí articular más de dos frases seguidas, fue cuando dejó de pasarme al niño al teléfono, creo que él se lo había pedido. Después de eso, todo fue unos mugidos monosilábicos, hasta que un día simplemente olvidé el número y nunca volví a llamar.

Un nuevo ciclo, un nuevo cartel: Tradición torera. Un año desde la última vez.

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