Hay algo por contar
- Luis Gabriel Vargas
- 3 dic 2017
- 2 Min. de lectura
Cuando era niño compré una revista pecaminosa, en un principio la excitación de lo prohibido, el saber que conocía algo que el resto no, me producía placer. Me encerré en mi habitación y dejé que el diablo guiara mi mano hasta que los ángeles que vienen a la tierra a encarnar, fueran abortados. En ese momento supe que el pecado mortal de la carne se había apoderado de mí, que lo más probable, es que el abominable pecado hubiera superado la paciencia de Cristo y, éste, me odiara.
Guardé la revista en una bolsa y salí a botarla al río, sin embargo tan pronto llegué, sentí el deseo de contárselo a alguien, a papá, quién siempre llegaba al final de su jornada en las tierras altas y se podía oír cuando arreaba al ganado con su habitual “te,te,te”. Por otro lado mamá era un ser puro, jamás había pecado, todos los días se confesaba e iba a misa y comulgaba e incluso, últimamente había sumado a sus deberes religiosos, visitar el cementerio.
Así que volví y guardé la revista debajo de la cama y, desde el día siguiente mi madre me decía “Hay algo por contar, pero es tan terrible”. Los días siguieron y siguieron, todos en el pueblo me miraban y quitaban sus rostros tan pronto yo trataba de saludarlos, mis amigos se abstuvieron de mi compañía e incluso el tendero se limitaba a venderme lo que le pedía, pero no me dirigía la palabra. Con sus silencios, los habitantes del pueblo decían “hay algo que contar, pero es tan terrible”.
Los días siguieron y mi madre tan pronto se levantaba, me tomaba de la mano y repetía “hay algo por contar” a lo que yo respondía, “tan pronto baje papá de las tierras altas, le contare a él”.
Pero papá ya había bajado de las tierras altas, había bajado sobre una mula colgado de un lado al otro, y yacía bajo la tierra.
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