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Puesto de Limonada

Atrás quedaron los buenos tiempos económicos, ya nadie tiene un billete en el bolsillo y, ni siquiera los mendigos piden: algunos se alientan y tan pronto su interlocutor les pregunta “qué desea”, el mendigo, que somos todos, levanta la mano para desestimar la iniciativa. Las calles están llenas de basura y las pantallas gigantes puestas a un lado y otro de las calles, desde donde se transmiten continuamente comerciales y propaganda de las administraciones, no dejan ver el cielo.

Durante más de tres siglos los viajes en el tiempo habían solucionado todos los problemas. No hubo necesidad de buscar trabajo, e incluso, se llegó a oír que las empresas necesitaban mayor mano de obra. Podríamos definirlo en tres estadios.

Si una persona necesitaba dinero, en la primera estancia que duró unos setenta años aproximadamente, lo único que debía hacer era tocar a la puerta de una empresa de viajes en el tiempo, y ya, te contrataban: los limpiadores de cubículos, los cronometradores, los psicólogos, los agentes de publicidad; cualquier profesión o labor era bienvenida.

En la segunda etapa, un período de transición, todo se volvió digital, todo era información; nunca se supo quién realizaba éste o aquel trabajo, pero el dinero corría por todo el mundo. Sin embargo, el proceso de reestructurar la máquina que producía el tiempo, llegó a su fin mucho más rápido de lo esperado: tan sólo treinta años.

La siguiente etapa fue mucho más interesante, una era de turismo por todas partes. Yo estuve involucrado en la promoción del paquete turístico a la era vikinga; no tuvo los resultados esperados, por alguna razón todos iban al antiguo Egipto o La Grecia clásica. Tratamos por todos los medios de levantar el producto: les pagamos a los vikingos para que se acicalaran de vez en cuando, para cuadrarlo con la percepción histórica que los clientes tenían, le dimos un giro hacia la aventura extrema, tratamos con la onda “fitness” e, incluso, me da pena mencionarlo, pero tratamos con la prostitución; nada dio resultado y tuvimos que cerrar. Por algún motivo, los vikingos no se abstenían de matar gente.

En el intervalo que fue desde la planeación de las primeras imágenes que saldrían en las portadas de las revistas, hasta que la división fue sellada después de que unos turistas fueran atacados por un líder descontento con la paga, yo estuve saliendo con una de las azafatas de la división al antiguo Egipto; la relación fue incrementando su solidez y nos casamos, nuestra luna de miel fue en la Riviera Maya, en la época en que se encontraban construyendo las pirámides. Con el transcurrir del tiempo de nuestra época, las compañías comenzaron a cerrar sus planes; la mayoría por problemas con las costumbres de las personas de las diferentes épocas: sacrificios humanos en los tiempos aztecas, invasiones por parte de los Romanos, crucifixiones por doquier y, la verdad, es que los tiempos pacíficos nunca fueron rivales para los viajes en tiempos de guerra. Ninguno pudo ganarle a la construcción de la gran pirámide, las personas estaban encantadas por ver a la gente latigar a otros y, siempre que volvían de otros destinos, se les notaba en la cara el descontento por no haber visto a una sociedad de esclavistas; la organización por vasallaje y la división por gremios artesanales, la verdad les parecía aburridísimo. No reclamaban su dinero, pero nos dejaban en el buzón de sugerencias “por favor, más asesoramiento, la verdad no pudimos ver mucho de la construcción en ocho días”.

Nuestro grupo de marketing logró ver este vacío, y en la etapa final de los viajes en el tiempo, crearon un plan doble: una semana al antiguo Egipto y cinco días más en las “Facendas” para poder ver como los capataces daban látigo a los negros brasileros. En el principio hubo un pico en las ventas, e incluso se nos pedía alargar la estancia, además de sumar algunas diversiones poco comunes. Por supuesto, no fue el único lugar a donde la gente viajaba para ver explotar a un congénere; quizás los dos últimos meses fueron la razón del cierre, tal vez sea una simple coincidencia, pero los viajes se volvieron más continuados, ya nadie deseaba pasar una semana en un lugar, sino dos horas, darle la mano a determinado Rey y viajar a otro tiempo y otro lugar. Todos los técnicos fueron destinados como guías y los guías como pilotos, por lo que nadie le prestó atención a la limpieza de los cubículos. Los accidentes se incrementaron, las enfermedades triplicaron su tránsito y, los responsables de la seguridad, al no poder hacer nada, simplemente huían con el dinero. Pero aún así, podíamos hacernos los ciegos y fingir que esto siempre había ocurrido, y que los ladrones eran nuestros ancestros, que se la pasaban alterando las estadísticas. Hasta aquella noche, en la que no pudimos salir y meter el problema en las máquinas y mandarlas al tiempo de los dinosaurios, que era a donde mandábamos la basura.

La mayoría de las personas habían comenzado a contraer un extraño virus que les pigmentaba la piel como si se tratara de unas cebras. La pandemia no fue muy grande, pero todos sufrieron una muerte cercana; ello causó que un minúsculo grupo religioso consiguiera adeptos, miles y miles de adeptos, los preceptos principales de éstos se fueron radicalizando, pero al no haber visto un enemigo en concreto al que atacar, la emprendieron contra los viajes en el tiempo.

Los mecánicos, gente supersticiosa por culpa de su trabajo, fueron los primeros en acudir a los diferentes templos. Las máquinas continuaron funcionando durante diez o quince años, pero en el momento que comenzaron a fallar, los viajes no concluían. Para que comprendan la gravedad del asunto, en el túnel que se forma entre dos puntos temporales, no hay tiempo, es simple espacio vacío o mejor dicho antimateria, es el estado primigenio de todo, desde ahí todas las posibilidades son, ninguna se ha dado, por lo cual, si alguien se queda allí, se vuelve uno con Dios, se vuelve Dios. Lo único malo, es que Dios no existe, pues no se encuentra dentro del tiempo, no realiza ninguna acción, todas las acciones se realizan por él.

Las compañías comenzaron a recibir demandas por culpa de estas molestias; las familias no contentas con las excusas de los miembros de marketing y de recibir aliento de Dios, continuaban con sus actos legales. Finalmente los dos últimos embarques salieron un miércoles y durante una semana se encontraron vagando en la nada, para lograr salir de milagro y volver al mismo miércoles. Los de asuntos legales nos lograron salvar, puesto que la fecha de llegada había sido un segundo antes de la partida y, en las leyes un evento no puede concluir antes que su inicio.

Todas las ofertas laborales me fueron cerradas, pues me había graduado en ética; era la moda del momento y nadie necesitaba graduarse de nada relevante como ingeniería de reciclaje, pues todo lo que nos sobraba lo mandábamos al futuro o al pasado, donde seguramente lo adorarían. Mi esposa cayó en una espiral descendente al alcoholismo y se unió a la secta del amor al tiempo; las primeras borracheras las compartió conmigo, pero paso a paso las charlas sobre el antiguo Egipto fueron dando lugar a la importancia teológica de mantener a Dios en la ausencia del tiempo.

Todo habría terminado allí, si en esas primeras borracheras no hubiera terminado embarazada. La convivencia se fue volviendo un calvario y, gracias a unos picos dentro de la relación pude ver crecer al niño que me recordaba a mí mismo. La secta fue volviéndose más y más poderosa y junto a esto más y más dogmatica; todos sus miembros comenzaron a tatuarse las manchas de cebra como forma de separarse de la divinidad. Todos los creyentes en Dios fueron perseguidos, por su falta de fanatismo, e incluso se les inventó una terrible conspiración en la que abrirían los puentes del tiempo de manera definitiva; lo cual es imposible, pero si hubiera podido ser, implicaría que todos los tiempos serían el tiempo, un único crono-topo donde todos existieran simultáneamente, en el cual se aboliría la imaginación, que al no estar presente, demostraría la no existencia. Creo, que ésta era la razón de no poder abrir definitivamente las puertas, o eso trataron de argumentar los físicos antes de ser erradicados (termino técnico para ejecutado) por los miembros de la secta; la imposibilidad de compaginar los sucesos con los no sucesos, genera la imposibilidad de la eterna existencia.

Estos pequeños detalles me fueron cuestionando la viabilidad de seguir viviendo en el mundo. Mi mujer sumó un nuevo día a su iglesia. Dos semanas más tarde, llegó a la casa con una línea negra en la cara, me despertó y me dijo que pronto estaría toda cubierta de líneas, que la iglesia había resuelto el problema de la economía, que los negocios de tatuadores brotaban por todo el mundo. Que yo era parte del problema, pues no me tatuaba, no creía, no contribuía. Que era uno de esos físicos empecinados en hacer tiempo, para abrir las puertas y detener el avance del reloj, que el padre mayor de su iglesia, nos podía oír.

Esa noche no pude dormir y le dije a mi esposa que algo me sucedía; ella me miró y me dijo, que no temiera, que me estaba alejando de Dios y que pronto me podría unir a la iglesia; algo me sucedió en la cabeza y decidí darle esperanzas, me levanté y con la excusa de ir a la iglesia, salí a la calle. Me dirigí a la puerta de mi antiguo trabajo y pude ver que los guardias militares se habían retirado, lo más probable es que no quedaran más especialistas en el manejo de las cápsulas y ya no tuviera sentido estar en la puerta.

Al día siguiente regresé al mismo lugar con mi hijo y me interné en la cápsula, puse sobre mi cabeza los conectores neuronales de manejo, y volví en el tiempo a la única época en que puedo decir que tuve éxito en los negocios: mi antiguo puesto de limonada y galletas.

Me presenté a mí mismo, aunque en un principio no me creí, con el uso del saludo secreto derrumbé las dudas. Mientras el yo del pasado iba al cine, mi hijo y yo atendíamos el negocio. Mientras el yo del pasado iba a la clase de natación, mi hijo y yo atendíamos el negocio. Si bien los clientes eran los mismos, cada vez que veía pasar a mis amigos, me provocaba saltar sobre ellos y revelarles todo lo que les ocurriría; no salgas tal día, serás un drogadicto, te matarán, te irás a acampar y nunca más se sabrá de ti.

Mientras el tiempo pasaba en mi pasado de la infancia, se me ocurrió cambiarle la imagen corporativa y sumarle un nuevo producto al puesto de limonada y galletas. Le coloqué una tela roja. Mi hijo se había vuelto el mejor amigo de mi yo infantil, el cual seguía sin aparecer para nada, que no fuera recoger las ganancias. Pinté un poco con negro y morado, y usando una impresora casera, cree el Diario de tu futuro, un magazín del destino para cada uno de mis amigos.

Ninguno de ellos quedó muy satisfecho; todos muertos, drogadictos, incluso uno me dijo que la prosa de mis cuentos se estaba volviendo bizarra; pero seguramente podrán esquivar la desgracia y tatuarse la piel de cebra en el futuro, y cuando recuerden quién se los dijo, ellos dirán:- un adivino en un puesto de limonada y galletas-.

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