Una noche perfecta con un mal despertar.
Había llegado tarde del trabajo, estaba un poco cansado y no tenía ánimos para otra cosa que no fuera una ducha caliente, ponerme el pijama y acostarme a dormir; los papeles en los que estaba trabajando en la oficina no estaban terminados, de hecho era imposible terminarlos, pero estaban en recortes en todas las empresas. Todos los ejecutivos sabíamos que estaban cortando cabezas, todos trabajábamos el doble o el triple de lo acostumbrado, lo cual de por sí era mucho, pero no nos importaba, el último en pie se metería al bolsillo una comisión de tres meses y si uno de los superiores perdía la compostura, era posible ocupar su oficina. Y poco me importaba lo que pasaba en las noticias, si todavía existían, quizás estaban dirigidas a un grupo de ancianos.
Salí del baño con nuevas ideas, ya no leería los documentos en el orden en el que se me iban entregando, desde ahora en adelante lo haría siguiendo los colores: blanco para los préstamos de baja cuantía, azules para los inmobiliarios y rojos los financieros; de alguna manera todo me indicaba que así lograría ahorrar el diez por ciento del tiempo. Toda una revolución empresarial; podría retirarme y dar conferencias sobre la nueva metodología de lectura empresarial, incluso podría terminar escribiendo un libro e inspirar a otros. En el intermedio salía a comer a la calle y como allí solo comían ancianos, la televisión se sintonizaba en las noticias; habían revivido los revolucionarios, ganaban terreno, se habían replegado, se retiraron, pero luego ganaron una plaza y luego otra, y finalmente una tercera.
Tan pronto me metí a la cama descubrí que mi mujer ya se había dormido, no es que me interesara particularmente hablar con ella, pero la idea de una lectura por color me tenía inquieto; sin embargo, no la tenía del todo planeada, no sabía cómo ejecutarla, ni a quién venderla, todo era mejor así. Mi mujer, quien usualmente veía un poco de televisión antes de dormir, dejó un largo rato el canal de noticias. Ya llegaron a la tercera ciudad y avanzan a la segunda, los reciben como héroes y habían colgado a un alcalde y dos diputados.
No recuerdo cuanto tiempo duré despierto mirando el computador portátil, revisaba uno de los documentos de cada color, daba mi concepto y lo subía al archivo central del banco. Así logré descubrir que ir a la oficina y perder tres horas en el automóvil, sólo era una práctica ritual para generar docilidad entre los empleados. Finalmente caí dormido y tuve lindos sueños con auditorios llenos, aplausos del público y una linda rubia a la salida de la conferencia.
Todo habría sido perfecto de no haber descubierto que durante el sueño, un tenso sueño producto del cansancio emocional, el cerebro comienza a delirar con cambiar el mundo, desata endorfinas, y separa la realidad cotidiana de lo que en la vida había construido como sueños; le da a uno por pensar que su oportunidad como piloto acrobático de motocicletas habría sido posible, si, -en mi caso- no me hubiera casado. Supongo que me levanté, tomé el cuchillo, salí de la casa y me encontré con el perro del vecino, al que seguramente confundí con mi mujer, pues ambos emitían un gemido similar cuando se encontraban molestos. Al día siguiente no fue necesario traer un detective para dar con el victimario, puesto que la sangre del animalito ensangrentaba el pasillo, para terminar dentro de mi casa. No tenía nada contra el perro, de hecho me gustan los animales, pero dormido no cuenta, por lo menos con perritos; quizás si hubiera matado a mi esposa habría sido más difícil de creer, habría surgido una investigación, habría salido en los periódicos, se habrían recogido firmas para que nunca volviera a ver la luz del sol. Pero solo fue un perrito.
Los revolucionarios siguen su curso, toman cada una de las plazas y no hay esperanza que se devuelvan; aunque claro, en el edificio hay un jaleo por la muerte del pobre perro, pero nadie se preocupa porque pueda volver a despertarme y sacarles las entrañas, todos creen que lo hice adrede y me inventé lo de andar durmiendo; al fin y al cabo, yo soy un escritor, de nuevas diagramaciones corporativas, pero igual, un escritor. El dueño me ha encarado dos veces en el ascensor sin mucho ánimo, tampoco ha dicho mucho sobre el tema en las reuniones, puesto que es diputado y los demás vecinos no le tienen mucho afecto. Además, cuando lleguen los revolucionarios cortarán cabezas de diputados, colgarán alcaldes y, si juego la carta del can, quizás me den un puesto en la nueva sociedad para ordenar sus papeles, y a los vecinos, que ya habrán abandonado al hombre, les dejen conservar sus viviendas.