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La Habitación

Abrí la habitación de mi infancia y adolescencia, en ella seguían las cosas tal como las dejé el día antes de mudarme a los dormitorios universitarios: los juguetes seguían en la repisa y los afiches, un poco amarillentos, todavía colgaban de las paredes contra las que se encontraba empotrado el escritorio, sobre el que seguía el computador, y allí persistían las cosas que me recordaban los momentos que compartí con ella.

Por alguna razón, la cena no salió tal como esperaba, ella tiró la cena y el vino por los aires para refugiarse en el abrazo de mi madre, quien era la única persona que compartía su sueño de ser modelo. Ambas habían generado un revuelo en sus adolescencias, ambas habían sido los rostros de la compañía de lácteos, y ninguna de las dos logró llegar a la gran ciudad.

Ya no tendría sentido preguntarle a mi madre por ella; llevaba dos años muerta y yo había tenido que liquidar la empresa y vender el apartamento para volver al cuarto de mi infancia y compartirlo con el niño y el adolescente que alguna vez fui.

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