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El llagoso

Producto de una vida licenciosa, el hijo del panadero adquirió una enfermedad venérea. Las llagas aparecían por todo el cuerpo a las tres de la tarde, destacando por su tamaño, forma y supuración aquellas que brotaban en las manos, pies y pecho.

Para el ocaso las llagas cedían, y salvo los arañazos que se propinaba al rascarse, nada quedaba en la piel, y cada fin de tarde, su madre, el padre y el párroco gritaban ¡milagro! Después de ver su cuerpo completamente recuperado, los peregrinos se acercaban al mostrador y hacían sus pedidos en el mostrador de la repostería.

Una combinación de buenos cuidados médicos, espirituales y un par de pastelitos, lograron apartar la enfermedad de manera permanente, y de igual forma a los consumidores frecuentes de su establecimiento. Ya nadie tomaba asiento, ni se bebía una taza de chocolate acompañada con flan de tres leches, para ver al santo a un lado de la cocina recuperarse lentamente de las llagas, que supuraban líquido rojo o púrpura, y esperar consejo del virtuoso.

El sacerdote y el padre del joven no lograron mantener a flote el magnetismo del diario milagro, únicamente recordándolo en la iglesia o en la panadería. Ya nadie deseaba ver las desagradables fotografías donde se mostraban las úlceras; siendo motivo suficiente para que todos los beneficiarios, acordaran recobrar la enfermedad a cualquier precio.

Cada noche el padre le daba una parte de las ganancias de la panadería al hijo, para que este se lo gastara en aquello que le gustase. Pese a que ningún día dejó de asistir al lupanar, no lograba contagiarse de nada. Los dos empresarios de la fe, discutían diariamente el porqué no se había logrado: el sacerdote argumentaba, algo arrepentido, que con las cosas de Dios no se juega; el padre más dado a la ciencia, le dijo que los cuerpos adquieren resistencia a los virus y las bacterias.

En una de esas charlas de la tarde, los dos hombres seguían esgrimiendo los mismos argumentos y fingiendo no conocer las frases que el interlocutor utilizaría para contra argumentar. Cuando el panadero dijo: virus, bacterias, bacilos; se quedó quieto y la falta de ánimo para debatir sobre teología, le reveló al sacerdote, que tenían la respuesta.

Después de explicarle que la masa de pan es un ser vivo. El papá del santo tomó un puñado de harina y dijo: la intoxicación por harina produce erupciones que pueden llegar a sangrar. El envenenamiento funcionó perfectamente, las llagas aparecieron por todas partes, y con estas, extremos dolores, cansancio y un olor a pan acompañado de santidad.

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