Averías en la Realidad
Después de que una bomba atómica explotara, el mundo comenzó a interconectarse con otras realidades, volviéndose común ver cómo una persona que acababa de cruzar la calle, de repente volvía al punto de inicio para que lo atropellara un vehículo, lo peor era que había que saludarla nuevamente y consolar al auto, que no paraba de decir:
-Usted lo vio, ¿verdad que si? ¡el hombre se teletransportó de la nada!
La nueva mezcla amorfa de realidades no solo se cruzaba con otros yo de tiempos pasados o futuros, siendo así que uno podía beber un café con el yo de dentro de cinco minutos, sino que al mismo tiempo uno podía transformarse de un momento a otro en un tigre, una rata, un perro o un peine, o una parte podía transformarse en un brazo robótico, o de plano perderlo y tener que soportar el síndrome de miembro fantasma por tres semanas; ya que las realidades de otros tiempos y los espacios de otras dimensiones se entrecruzaban, se podía ser uno, mil, o ninguno, y aún así seguir existiendo en alguna parte entre el tiempo, el espacio y el vacío.
Las personalidades eran la parte más estable del ser humano, tan sólo cada quinto o sexto día la mente se intercambiaba por otra mente, o por las prestaciones de un buen Porsche. Personalmente, las veces que me pasó, mi mente fue a dar a un carrito de supermercado, fui varios días un violador, un ama de casa que secretamente envenenaba las mascotas del vecindario, y un policía obeso de una película, al cual le gritaban en el restaurante al que iba todos los días:
-¡Haga algo, nos están matando! Pero su papel era orinarse en los pantalones y ver cómo asesinaban a dos meseras en minifalda y patines.
Como se podrá deducir, la cordura se perdía rápidamente. Por mi parte, me he suicidado tres veces: la primera por perder a mi mejor amigo cuando una realidad espacial, venida desde arriba, lo escaneó como un error y lo borró, pero no a la tinta con la que todos llevábamos nuestros diarios para saber nuestros yo primordiales; el hecho de nunca haber existido, pero mantener su recuerdo, dio como resultado la transformación de mi amigo en una novela que se iba escribiendo todos los días, una ficción bastante escasa, la cual me tomó más de cinco años volver a encontrar, pues ninguna librería parecía quererla.
Todos los libreros, unos viejos relojes del sur de Checoslovaquia, me dijeron, que mi buen amigo y todas sus anécdotas no eran muy llamativos, todo demasiado específico, que quizás en una librería de ingenieros lo lograría encontrar. Pero que en una librería de ficción la verdad era muy improbable, que en el tiempo que el reloj había creado durante su estancia en la tienda, ningún rinoceronte le había preguntado por El Amigo Escaneado, título que obtuvo. –Lástima- dijo el reloj, pues con un libro así no se podía interactuar, la forma humana era mucho mejor, quizás podría pedirle dinero al libro, si es que un lector separaba con billetes la hoja donde iba. Me detuve otro rato para ver si encontraba algún amigo que leer, pero todos eran demasiado extraños para mí, traté de hablar un poco con el reloj, pero este se limitó a decir que, la nueva forma, la nueva misión de un reloj checoslovaco le parecía más útil. No trató de consolarme, tan solo me soltó una retahíla sobre lo horrible que es ser creado para dar la hora.
Luego me volví a suicidar o quizás fuera un bucle de dolor de la primera, pero esta vez fue el tiempo que comenzó a mandar todo hacia atrás, donde llevábamos a cabo acciones que sabíamos haber hecho, con algunas diferencias: lo azul era amarillo; lo duro era blando. Un mundo donde todos conocían sus muertes y podían ponerse a pensar en lo que les dolería , aunque desconocieran los puntos intermedios; un mundo donde nadie creía en la historia por ser imposible prever el pasado. Fue así que tuve que caminar hasta una esquina, donde sabía haber disparado y esperar que la bala me matara, pasé nuevamente por la librería y encontré los relojes colgados de las paredes; en el mostrador había un rinoceronte con saco que atendía los pedidos, quien tan pronto me vio entrar, me dijo:
-Supongo que viene en busca de un amigo, los relojes me dijeron que usted venía por “El Amigo Escaneado”. -Personalmente no lo creo tan malo, si ha hecho unas cosas terribles, pero nada que no pueda ser perdonado, yo mismo he matado un par de animales de caza menor; ya comprenderá que los relojes son unos sujetos muy quisquillosos con eso de la moral-.
La tercera, quizás castigo de Dios o de la dimensión donde Dios hace eso, fue cambiarme en revólver y mi vida fue ser la misma arma: una vida nada desagradable, casi nunca se hace nada, sin embargo la oscuridad de estar guardado en un cajón es un poco tediosa. Mi dueño disparó contra la nada en espera de que un ser pasara por allí y muriera, un ser que era el yo anterior y con el que me había encontrado algunas veces para comer un helado y hablar de problemas fenomenológicos, cosa curiosa en un mundo donde las realidades mutaban constantemente hasta volverse completamente diferentes. Me gustó matar a ese sujeto que caminaba, algo en él pedía la muerte. Me transformé en asesino, arma y víctima, todo a la vez.
Los cielos se volvían rojos y luego negros, de ellos brotaban artefactos con aspecto nuclear, pero desafortunadamente, no eran más que armas convencionales con calcomanías para asustar algún gobierno, las cuales podían barrer millares de vidas, aunque no podían deshacer el bucle de realidades y reconfigurar el tiempo de manera lineal.
Los días continuaron de manera aleatoria, se podía uno recostar a tomar una siesta el jueves y levantarse el domingo justo para ir a misa, y en el trayecto encontrarse al redentor o simplemente dormirse el jueves y levantarse en el limbo acompañado de almas en pena. De manera contraria, los habitantes del infierno se dormían un lunes, y podían despertarse en nuestras camas, algo nada grato para nosotros o para ellos. Todas las posibilidades se daban, todas las posibles vías se tomaban, ficción y realidad hechas una; volvía a ver a mi amigo y, juntos, leímos su novela, yo lo leía.
Sin embargo, a cada hoja que pasaba, el libro gritaba, así que rápidamente me aburrí de él y preferí devolverlo a la librería que era atendida por un robot mecánico mitad rinoceronte, mitad reloj.