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Meditación y mantra

Me descubrí llorando en una esquina y murmurando suavemente: “ellos son los malos, yo soy el bueno, ellos te quieren matar, tú los matarás primero. Los saludarás y luego apuntarás y dispararás, un tiro, moverás el arma a la persona más próxima y dispararás, así hasta que todos mueran”.

Lentamente fui recobrando la compostura, sequé mis lágrimas y limpié los mocos que cubrían mi rostro con la manga de la chaqueta.

Volví a emprender la marcha, llevaba la cara roja y reía cada tres o cinco pasos al pensar en los castigos que recibirían los perversos. Sin embargo, la ira me invadía en los pasos pares de dos, a cuatro o seis me entraba un fulgor guerrero, de tomar al primer transeúnte y empujarlo frente a algún vehículo.

Tomando en cuenta que no tenía más que un par de billetes, decidí sentarme y tomarme un café negro para contemplar cómo me vería, cuál sería la reacción de las personas a mi alrededor, si tomara una botella de gasolina y me la echara encima, y prendido comenzara a correr detrás de la multitud.

Después de meditar que no tendría el valor, me sentí como un perro, uno que espera su plato y agradece los golpes a cambio.

Seguí repitiendo como mantra: eres un perro esperando un plato, un perro con una mantita y un juguete chillón por propiedades, eres un perro.

Las dulces palabras “perro, perro” me alegraron el día y volví a mi casa con los ojos algo rojos, y cuando me preguntaron por la razón, simplemente respondí:

-Vi un perro caminando sin rumbo.

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