Un día en la oficina
Juan a secas, como lo había bautizado su madre para evitarle creerse miembro de la nobleza por tener un nombre compuesto, sufrió un ataque de histeria en su cubículo: arrojó algunos lápices y colocó una decoración no avalada, por años de reprimir sueños y expectativas.
Después de calmarse y de que le preguntaran por lo ocurrido, el hombre solo pudo desestimar con un gesto de su mano.
Los días, las semanas, los meses, los trimestres y, todas las unidades de tiempo en que se mide la labor de oficina, siguieron transcurriendo más o menos igual; excepto por el ataque de histeria habitual de Juan, quien de ser tan ramplón terminó enloquecido.
Fue internado en un sanatorio, donde se curó y junto a otros locos: Napoleón, uno que creía ser un cactus, quien prestó su ayuda como perchero, y otro que aullaba, formaron una oficina donde todos pudieron ascender a puestos con pomposos títulos.