Dos Monstruos
Debajo de la cama de su padre, vivía otro monstruo. Este no era un abusador que buscaba lucrarse filmándolo junto a otros niños, a quienes el adulto cuidaba durante la semana a cambio de algunas monedas, favores sexuales o frutas y verduras de los cultivos orgánicos improvisados, que las mujeres del campamento de caravanas habían sembrado meses antes.
Todos habían llegado después de tener que huir de su ciudad, para no pagar las multas por dormir en sus autos tras terminar la jornada de trabajo. El desierto no era un buen lugar para vivir, pero por lo menos habían logrado escapar de las deudas y la obligación de estar sentados en unas sillas por doce horas al día, mientras recibían llamadas para solucionar la conexión del cable o promocionar un producto de televentas.
Todos se tenían que ausentar desde temprano, aprovechar que el sol se demoraba una hora más en salir, y caminar hasta un pequeño pozo que alguien habría construido décadas atrás, tomar el agua y comenzar las labores agrícolas en las áreas que desde el primer día habían clasificado como propias.
Quizás porque cuidaba los niños de todos, las familias dejaron pasar el hecho que el hombre ubicara su tráiler de tal forma que ocupaba dos espacios, pese a no tener ningún sembradío y, todos lo excusaban alegando por él, en que la razón era tener espacio para los niños; la verdad es que éste nunca los dejaba salir de su caravana, pues siempre estaba grabando un video de algún niño haciendo sufrir a otro, de un grupo golpeando a otro, que casi siempre era su hijo, para reducir las posibilidades de ser descubierto.
Los moretones del niño eran vistos como algo completamente normal, los padres estaban convencidos que se debía a que, el pobre crio era un mariquita y que esto traía como consecuencia el desprecio de los otros. Y el niño toda su vida había oído que tan pronto se viera a alguien sufriendo, pidiendo ayuda y diciendo “deja eso, por favor”, lo mejor era tomar la cámara y filmarlo, pues de alguna manera se le podría sacar provecho.
Fue así que, cuando el niño le pidió a su padre que sacara al monstruo de debajo de su cama, el padre después de golpearlo por cobarde, se agachó con el propósito de reptar hasta el otro lado de la cama donde estaba su hijo, y halarlo tan duro, que finalmente aprendiera a ser valiente. Pero su intención quedó cortada en la mitad cuando su rostro se topó con el de una víbora que al verlo lo mordió en el rostro.
Rápidamente salió de la cama y cayó unos pasos más adelante, alcanzando a tocar el hombro de su hijo y susurrándole las últimas palabras audibles:
-Ve y pide ayuda.
El niño corrió y trajo la cámara para filmar la muerte de su padre, tal como este le había enseñado a hacer con los desafortunados. Ya más adelante, se le podría sacar dinero a eso.