Los Soldados
No se me había ocurrido nada en semanas. En un principio lo atribuí a un bloqueo creativo, pero al pasar los días, advertí la imposibilidad de tener nuevas ideas.
Visto en retrospectiva, el problema había comenzado años atrás cuando barajaba conceptos para pintar: los motivos de unos se entremezclaban con los lugares de otros para seguir produciendo, en el fondo, el mismo cuadro.
Las mujeres, que en verdad era la misma mujer repetida una y otra vez, a la que solo se le cambiaba el color del cabello, habían, o había comenzado como una bella campesina con las ropas un poco raídas hasta que se fueron haciendo girones para terminar en un trapo que apenas cubría un busto cada vez más grande al volverse a pintar en el cuadro siguiente.
Los cuerpos devinieron en poses más y más cercanas a las de una esclava recién capturada, la cual no encuentra razones para seguir, pero aún así, camina un poco tratando de huir.
Los cuadros uno a uno, fueron justificando los escorzos contorsionados del cuadro siguiente, cuyo fin era hacer brotar cada uno de los músculos de la humillada y producirle dolor en un rostro de beata.
Seguí pintando pieza tras pieza, con la única diferencia de un segundo entre caída y rebote del suelo. Poco importaba que cambiaran las ropas, el lugar o que los soldados tan solo aparecieran cada cinco o seis oleos, como máxima exposición una mano. Siempre había pintado a la misma mujer unos segundos antes de ser violada y zurrada por unos militares, que se ocultaban afuera del marco, no muy lejos de donde cuelgan los retratos familiares: el abuelo a la cabeza con sus historias de guerra, de las cuales decía no sentirse muy orgulloso, el hecho que las contara una y otra vez, lo desmentía por completo.
Tras evitarlo toda la vida, permití que los soldados, el soldado, aparecieran o apareciera en el óleo con el rostro de un hombre muy parecido a mí, pero con el alma destruida por lo que había hecho en la guerra, una destrucción que no lo afectó directamente a él, pero que sería la razón de cargar de culpa a todos sus descendientes, por unos motivos que no lográbamos dilucidar, y que en mi caso solo pude conocer, al terminar de pintar al violador de esa mujer que nunca sabré como era, y a quien tan solo me imaginaba por los recuerdos entrecortados de lo que mi abuelo nos había contado a todos los nietos, durante la infancia.