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Válvula de Escape

Al tiempo que enseñaba en sus clases de urbanidad el correcto uso de los tenedores y la cuchara para postre, el maestro de etiqueta había desarrollado todo un protocolo para el abuso de las mujeres en lugares públicos solitarios.

El manuscrito, una especie de diccionario ilustrado del sadismo, podría haber pasado por una novela, si las maneras de su trabajo no se le hubieran colado al papel, haciéndolo parecer verdadero por el continuo uso de párrafos explicativos o apartes a borde de página, que buscaban aclarar a mayor profundidad elementos como el uso del cloroformo.

Por la anterior razón terminó en medio de una celda rodeado de otros veinte presos, acusado de violencia contra la mujer, pese a que ninguna hubiera declarado en su contra y que, la mitad de los consejos no fueran más que disparates de mal gusto.

Su abogado explicaría que estos escritos eran la única válvula de escape posible para un maestro de etiqueta que imposibilitado de eructar, pedorrear o siquiera chasquear la lengua frente a la gente; había optado por dibujar siluetas con tan mala calidad que era imposible definirles un sexo y luego a travesarlas con sierras y espadas o, según su defensor, tacharlas para luego imaginarse alguna situación y escribirla al lado, como si fuera un test de Rorschach.

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