El club literario del circo callejero
Frente al payaso callejero, un grupo de niños reían y señalaban intermitentemente, para que se acercara, y amagando no darle nada, le tiraban una moneda de baja denominación cada tercera vez.
Este poco dinero lo usaría junto con el capital de su amigo el malabarista, quién trabajaba unas cuadras arriba, para completar el precio de un café que vendía un vendedor ambulante, quien cojeaba un poco, y cuyo carrito había adquirido el hábito de hacer lo mismo.
Todos los días se reunían los tres hombres en dos distintas horas, al medio día y en el ocaso, para reposar haciendo aquello contrario a su labor: el payaso escribía en una libreta una idea para un negocio y el malabarista ponía sus pies sobre el suelo; el hombre de las bebidas, prefería estar un rato quieto y en silencio, ojeando una o dos frases de alguno de los libros que siempre llevaba consigo por si la lluvia le impedía seguir su recorrido.
Pero para no parecer grosero, el comerciante les resumía lo leído o les daba su opinión sobre lo que fuera, a lo cual respondían con un interés fingido o una burla. Día tras día, a base de repetir lo mismo por años, los tres hombres declararon formado el Club Literario Entre Ríos, que era como se llamaba el lugar donde solían permanecer.
Y aunque los afluentes se habían secado hacía tiempo en el lugar, y a nadie le interesaba pagar por formar parte de un club de desadaptados que crearon un negocio viejo con un modelo de financiamiento muerto, hubo momentos en que aquellos tres no se sintieron desgraciados.