Deseo
Un buen día, los adultos se levantaron con poca disposición de ir a trabajar. Un vago recuerdo que apenas podían sentir con la intuición, les revelaba en la forma de unos pálpitos, que no deberían ir a una fábrica de golosinas, sino a unas oficinas a juntar y separar papeles en montículos numerados.
Los pies seguían marchando al unísono, mil pies izquierdos seguidos de mil pies derechos, llevando a mil trabajadores a la única fuente laboral. Algunos hombres que apenas podían recordar vistazos de sus sueños se dedicaban a pensar:
-Debe haber algo más que fabricar gomas y barras achocolatadas.
Los capataces al verlos inactivos, les gritaban y amenazaban con el castigo del “pica pica” (suerte de tortura donde se embadurnaba de sacarosa al susodicho y se le bañaba con hormigas).
La fábrica jamás paraba y nadie se podía detener en el trabajo por sueños, pálpitos, intuiciones o para hacer papeleo. Los dulces siempre escaseaban, la demanda pedía nuevos empaques y colores chillones, los trabajadores estaban obligados por la voluntad de Dios a silbar cuando la chimenea chillaba, y esta lo hacía cada tres segundos. Las paletas explosivas requerían rediseños y los de mercadeo tenían ideas para distribuir más allá de la ciudad: para final del mes habrían alcanzado la dominación mundial gracias a la penetración de los sabores de mora y choco coco en el mercado oriental.
El mundo era ideal, equilibrado, estaba prohibida la sopa, excepto la crema de champiñones; el aguacate era una verdura y los juguetes de pilas duraban encendidos por años, toda la sociedad era perfecta por lo menos para el niño de cinco años, que se había encontrado una lámpara en la calle.