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La búsqueda

Había desaparecido doce días atrás, doce soles y sus correspondientes lunas marcaban la fecha del último avistamiento. Todos comenzaban a preguntarse dónde estaría su cadáver.

Después de que el auto hubiera sido encontrado cerca de la frontera, al otro lado del país, las noticias cambiaron de tono y se reanimaron las búsquedas por dar con el padre perdido.

Incluso yo participé en un bloque de rastreo, que con palos iba picando en una cuadricula un terreno. Uno de los ancianos que acompañaba a la policía y quien había sido zapador en la guerra, opinaba que el esposo, pese a las hipótesis del secuestro o del asesinato, pronto aparecería vivo en algún motel de carretera y con algunas amigas.

Los soles siguieron su ciclo y todos volvieron a la cotidianidad. Primero todos se dieron por vencidos y lloraron su frustración, y luego olvidaron el objeto de su pena.

Todos excepto el anciano, que seguía molesto con la dirección que la policía había tomado; para él, el perdido estuvo a metros de los sabuesos, de los rastreadores quienes seguramente lo divisaron, pero nunca se les ocurrió pensar que un hombre caminando fresco por el desierto, que saludó y ayudó un poco, fuera el mismo que se suponía desvanecido, pero que tan solo trataba de encontrarse a sí mismo.

Así, en medio del desierto encontré un sentido a la vida: sentarme en el porche de una cabaña abandonada y comentar las pesquisas que cada mes, cada seis meses, cada año, lanzaban una nueva dirección en mi búsqueda.

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