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El Monogato

Llegué nuevamente a mi apartamento (día 1532 desde la llegada del monogato). El híbrido alquímico entre dos seres naturalmente incompatibles me había sido heredado por una lejana tía adepta a la brujería.

Desde su llegada, cada segundo se había vuelto parte integral de la vida: tres días limpiando una mesa de centro, dos días tendiendo las camas, medio día bajando las escaleras.

Siguiendo la lógica del infortunio insalvable, mi familia me dejó solo en el apartamento, pues mi mujer, quien carecía de sangre vinculada al ser mágico, era constantemente agredida por este. “El Monogato es un ser de creación bio-espiritual, se necesita uno o dos animales y después de dividir quirúrgicamente ambos cuerpos, se convoca un alma demoniaca, la cual posee al engendro y lo dota de razón humana”. Mi mujer no era del agrado de la quimera y siempre que se le acercaba o se encontraba en un pasillo la golpeaba por considerarla intrusa.

Sin pretenderlo, tuvimos que buscar otra vivienda para mi esposa y mi hijo, quién sí se la llevaba bien con el esperpento, pero debía hacerle compañía a su madre. La nueva vivienda no fue un problema, le pedí dinero al nuevo acompañante y, este después de unos minutos volvía con el dinero, todo en medio de algunas manchas de sangre sobre su pellejo.

A los meses de tener el Monogato en mi casa decidí renunciar al trabajo, pues solo tenía que pedirle dinero y él iba a buscarlo; me fue un poco engorroso justificarlo en el banco, así que decidí no volver y mantenerme en mi casa vigilando todo aquello que mis anhelos le pedían al familiar.

El portento comenzó a pedir permiso para salir en la noche y pasearse por los tejados, ver cuartos y devorar algún borracho de regreso a casa. Preveyendo la imposibilidad de controlar sus instintos, le di permiso de salir cuando el considerara necesario bajo la condición de volver con algo de valor.

Al principio se dedicaba a cazar presas importantes, a las cuales les robaba sus pertenencias para justificar su salida, pero tan pronto le tomó gusto a la sangre comenzó a emboscar cualquier presa, ya no se contentaba con uno por noche, necesitaba mínimo cinco y la calidad de los objetos fue descendiendo: un pito, unas agujas de coser, una libreta medio rayada, unos pañuelos.

Como yo me encontraba unido mágicamente y por sangre con él, la contraparte que me exigía el infierno era hacer provecho de cada uno de los utensilios que me fueran entregados. Día a día el cazador traía más y más cosas, ya no era tan fácil deshacerse de un juguete infantil lanzándolo una vez al aire, algunos de los artefactos me eran desconocidos y me tomaba días descubrir su utilidad, otros objetos requerían dos o más personas para su uso, así que debía buscar a alguien. Pero todos ya habían muerto, todos llevaban siglos hechos polvo, yo sobrevivía gracias al infierno, pero mi alma pertenecía a las cosas que me traía el Monogato.

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