Unos segundos más de sueño

Ya estaba consiente de cuál era el mundo real y cuál el onírico, no obstante, prefirió seguir unos segundos más durmiendo y ver desaparecer en su mente a la mujer de sus sueños. Aquella niña que en la infancia se sentaba a su lado y que siempre fue un ideal, tanto en la realidad como en el sueño.

La mujer terminó de transparentarse hasta la invisibilidad; el durmiente por su parte se levantó y lentamente, más lentamente de lo habitual, con aquella lentitud en la que hay que empeñarse para lograrla, realizó todas sus actividades y se dirigió a su auto, se colocó el cinturón y pensó que hubiera sido de él, si hubiera tenido el auto en sus tiempos de colegial, que clase de Rey del mundo de los adolescentes hubiera sido, que mujeres habría tenido. Por alguna razón siempre imaginaba a sus antiguas compañeras como mujeres formadas completamente.

Encendió el auto y siguió la ruta que siempre recorría, la larga avenida lo conducía a su escuela en la infancia; y a su trabajo en la adultez, claro que la ruta de los sueños y las realidades siempre va en el mismo carril, y él antes de llegar a las grandes moles de concreto donde laboraba, pasaba por su antiguo claustro y podía verse en los nuevos estudiantes, ver sus sueños en sus realidades, podía ver como los colegiales, le veían pasar en su auto y soñar con lo que harían si el vejestorio que lo conduce, se desapareciera mágicamente.

Por un segundo pensó en bajarse del automóvil, dejar las llaves y los documentos de propiedad y seguir caminando a su empleo, como sería de dulce el día para el joven que lo encontrase y como sería para él siendo el centro de atracción en la empresa al haber perdido su auto.

Aunque no lograba encontrarle defecto a su plan, no lo llevo a cabo, pues algo que se cree controlado, un cabo o un detalle pasado por alto, siempre delata al criminal, a quien se quiere evadir de la existencia y transparentarse hasta volverse real al otro lado del espejo.